Si mañana te asegurasen que tu hij@ va a crecer san@,
fuerte y que comerá de manera saludable toda su vida, ¿te preocuparías hoy igual
por que odia la verdura o el pescado?
Si alguien firmara en un papel que tu hij@ va a tener una carrera espectacular y exitosa, pase lo que pase, ¿te preocuparían lo mismo sus notas o cuánto tarda en aprender a leer o escribir?
Si supieras a ciencia cierta que tu hij@ va a ser un/a adult@ educad@, responsable, coherente, decidid@, feliz... ¿Te seguiría preocupando tanto que sea más timid@, si hace caso, es respondón/a o si presta sus juguetes?
Seguramente no, porque lo que hace difícil criar y educar hijos, es el miedo al futuro.
Ese miedo que nace del amor más profundo y absoluto a
que la vida les traiga sinsabores.
Ese querer nuestro es el que hace, que en un acto
Pero quizás deberíamos intentar relajarnos un poco, levantar el pie del acelerador de vez en cuando, por que no podemos controlar la vida y por qué además, nuestros hijos e hijas, se merecen que confiemos en ellos, en los adultos en los que se convertirán en unos años, tan capaces o más de lo que ahora imaginamos.
A fin de cuentas somos sus madres/padres y tan mal no nos ha ido, ¿no?
Ellos van a aprender de nuestros actos, a repetir lo que les gusta de nosotros, otras veces a no cometer nuestros errores e incluso si los repiten, sabrán cómo solucionarlos porque nos habrán visto tomar decisiones.
Y sobre todo, por que como sus padres que somos, estaremos ahí, a su lado, siempre, para apoyarles en lo que sea necesario.
Así que, procurare remitirme a mis propias
palabras la siguiente vez que me encuentre hiperventilando ante un examen
suspenso o un plato de pescado que se ha quedado helado mientras su receptor lo
mira con la nariz arrugada y me daré
un respiro y de paso, se lo daré a ellos también
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